viernes, 20 de mayo de 2011

Apartarse del pecado... Una característica distintiva de todo genuino hijo de Dios

Mateo 7:21-23 "Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad".

2 Timoteo 2:19 "El fundamento de Dios está firme, teniendo este sello: Conoce el Señor a los que son suyos, y apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo".

1 Juan 3:3 "Y todo aquél que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro".

Los textos bíblicos alistados muestran lo trascendental que es la santidad en nuestra relación con Dios. Dios es claro: nadie entrará en su reino si es un "hacedor de maldad". Dios expresa con firmeza que sus hijos tienen que estar lejos del pecado.

Un hijo de Dios se distingue por su afan y su búsqueda ferviente y constante de pureza. Su Señor es puro y el hijo de Dios también quiere serlo. Si usted es cristiano o profesa serlo, tiene en la pureza y la santidad las señales para probar su vinculación con Jesucristo.
 
Definición del pecado

Pecado es ir en contra de lo que Dios ha dispuesto. Desobedecerle.
Pecado es todo acto que dañe a Dios y otros.
Pecado es no hacer lo bueno, sino lo malo.
Pecado es también tener deseos impuros y sentimientos malos como el enojo, la amargura, el resentimiento, la envidia, la codicia, etc.


Las consecuencias del pecado en la historia de la humanidad

En el huerto de Edén, el pecado separó al hombre de Dios, lo vinculó a Satanás y le atrajo el juicio divino.

Adán y Eva experimentarón la desdicha que trae el pecado: Su hijo Caín, que fue dominado por su pecado, mató a Abel, su hermano.


Dios destruyó por medio del Diluvio Mundial a toda la humanidad que se había vendido al pecado. Sólo se salvaron Noé y su familia. Esa destrucción fue terrible y total. Todo fue raído y arrazado.

Si viajamos en el tiempo y vamos a Sodoma y Gomorra, veremos a los niños y las niñas, los jóvenes y las señoritas, los adultos y las adultas, los ancianos y las ancianas, los sanos y los enfermos ... Los veremos a todos creciendo y "disfrutando" su pecado ... Luego, los veremos corriendo desesperados con alaridos y aullidos. El motivo: Dios derramó fuego y azufre sobre ellos.

Podemos revisar la historia de los judíos y verá lo que trae consigo el pecado: muerte, dolor, desesperación, llanto, esclavitud, etc.


Ahora mismo podemos revisar los periódicos, la noticias en tv, ... También podemos pasear por la calles de cualquier ciudad del mundo y veremos lo que hace el pecado en la vida de los hombres.

El pecado es algo que trae temor, vergüenza, dolor, amargura, frustración, separación, insatisfacción, ... MUERTE. Muerte espiritual, muerte física y muerte eterna. La última, una vez ocurrida, ya es irremediable y mantendrá, al que la sufra, en tormento eterno, por los siglos de los siglos, en el infierno que arde con fuego y azufre.

Jesucristo y el pecado

Jesucristo vivía en los cielos junto a su Padre y al Espíritu Santo. Vivía junto a ellos en completa unidad y armonía.

Desde allí y viendo lo que el pecado había causado y causaba en la tierra, Jesucristo se separó de su Padre y del Espíritu Santo y vino hasta este mundo.

Estando en la tierra, Jesucristo sufrió en sí mismo el fruto del pecado de los hombres.

Jesús fue traicionado, calumniado, maltratado y objeto de burla y menosprecio. Finalmente, fue asesinado brutalmente por los judíos con la complicidad de los romanos y de todos quienes vivían en ese tiempo.

Desde luego, Jesús resucitó y venció a la muerte. Desde ese entonces, hay salvación, perdón de pecados, vida eterna y una vida nueva para todo aquel que cree en él de todo corazón.

El pecado es algo que el hijo de Dios odia, abandona y quiere desaparecer de su vida.

Todo aquel que es un genuino hijo de Dios se aparta decididamente del pecado. En vez del pecado, el hijo de Dios anhela y busca ferviente y diligentemente la pureza y la santidad en toda área de su vida.

El hijo de Dios reconoce que la santidad y la pureza es la manera en que expresa su amor y su gratitud a Dios por los privilegios que ha recibido de él.

1 Corintios 6:19-20. ¿Quién vive en nosotros? EL ESPÍRITU SANTO. Si el que vive en nosotros es santo... ¿no deberíamos serlo también nosotros?

2 Corintios 6:14-7:1 . Las promesas de Dios son: Ustedes serán mi pueblo - Yo les recibiré - Yo seré vuestro Padre. Estas promesas son el sustento para limpiarnos de toda contaminación de carne y espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios.

Efesios 4:22-24. Tenemos que despojarnos del viejo hombre que está viciado conforme a los deseos engañosos. Es nuestro deber renovarnos y vestirnos del nuevo hombre creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad.

2 Timoteo 2:22 nos exhorta a huir de las pasiones juveniles y a seguir la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que de corazón limpio invocan al Señor.

Conclusión

Vivimos en un siglo en el que es muy difícil mantenerse lejos del pecado y de la iniquidad. La maldad nos asedia. Somos bombardeados con todo tipo de impureza.

Con todo, los que somos hijos de Dios estamos llamados a apartarnos del pecado. ¡Debemos alejarnos más y más cada vez!

El mundo quiere ver que los hijos de Dios somos distintos... Esto tienen que verlo en nuestra forma de vivir.

Dios quiere usarnos para su gloria, quiere que impactemos a los que nos rodean.

Para que Dios nos use es necesario nuestra santidad y pureza. No hay maldad pequeña ni maldad grande... la maldad es maldad y el hijo de Dios se aparta de ella.

Una palabra final, si lees este artículo y aún no eres hijo de Dios por la fe en Jesucristo, conviértete a él de todo corazón. Si haces esto, serás perdonado de tus pecados, serás libre del pecado y recibirás de Jesús el poder para apartarte del pecado. Dice la Biblia: "Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres" (Juan 8:36).
¡Qué Dios nos ayude a apartarnos del pecado y de toda suerte de maldad!

Este artículo fue publicado por primera vez en el portal de la Iglesia Latina www.iglesialatina.org

viernes, 13 de mayo de 2011

¡NECESITAMOS EL PODER...
QUE DE LO ALTO DEBE VENIR! *

I
¡Qué, débiles ... pero qué débiles
Que somos sin tu poder, oh Señor!
Hoy más que nunca, nosotros, tus hijos,
Somos conscientes de esta verdad.
Por ser nuestra lucha
Contra Satanás y sus demonios,
Contra el mundo y la carne,
Y contra toda suerte de maldad;
Impotentes somos todos,
Sin tu poder, oh gran Señor.

II
Conscientes de nuestra grande necesidad,
Misericordioso y comprensivo Señor,
Venimos ante ti: humillados,
Angustiados y muy necesitados.
A fin de que tu misericordia y piedad
Te hagan socorrernos y restaurarnos
Para avergonzar así a nuestro maligno adversario
Y a sus demoniacas huestes.

III
¡Auxílianos! ¡Socórrenos!
Soberano y Bendito Jehová,
Creador de los cielos y de la tierra.
Sin tu ayuda somos fáciles blancos
Del maligno y de sus huestes;
Te necesitamos desesperadamente,
Todopoderoso Señor.
Necesitamos que nos impartas
Tu fuerte energía y tu grande poder.
Porque no queremos estar ya más
En oprobio ni en afrenta
A causa de nuestra flaqueza y debilidad.

IV
Tú sabes, Todopoderoso Señor,
Que todo el mundo se ha levantado contra ti,
Y que nosotros, tu pueblo escogido,
Sufrimos este levantamiento también.
Es por eso que te rogamos suplicantes a ti
Que nos acompañes en la lucha contra ellos,
Oh buen y misericordioso Dios.
Suplicamos..., rogamos...
Que el poder de lo alto
Venga hoy sobre nosotros.

V
Que tengamos ahora el poder,
El mismo que acompañó a tus siervos,
A los que en antaño te honraron.
Aquellos, que no temieron
Ni a reyes, ni a fieras,
Ni aun a la muerte misma.
Gente que te honró y glorificó
Entregándose aun a la muerte
Por testimoniar a todos de ti.

VI
Es por eso que pedimos
Que nos des hoy de tu poder, oh Señor
Cuán débiles somos sin tu poder, oh Señor
Sin él no podemos, ni podremos
De Jesucristo a otros testificar.
Ni contra el Diablo, ni el mundo,
ni el pecado, triunfar.
Escucha nuestras suplicas
Por amor a tu nombre, Señor.

VII
Úngenos con tu poder
En este tiempo, Señor.
Para que así la gente
Que hoy nos ve pueda saber:
Que tú estás en medio nuestro,
Que nosotros somos tu pueblo amado,
Que hacemos todo lo que hacemos
Porque tú nos lo has mandado
Y porque tú nos fortaleces y ayudas.
Para que así más personas
Se puedan arrepentir
y puedan
A Cristo el Salvador venir
Y a él por siempre servir.
Es para esto que necesitamos el poder...
El poder que de lo alto
Hoy ... hoy mismo debe venir.

Amén.

Trujillo, año 1995.
Trujillo, 17 de mayo de 1998.
Barranco, 5 de Noviembre de 2005
Trujillo, 13 de Mayo de 2011

* Aclaración:

Yo creo que el poder de lo alto ya vino a nosotros en la persona del Espíritu Santo, que esto ocurrió en el mismo momento en que creímos genuinamente en Jesucristo (
Hechos 19:2; Efesios 1:13-14; 1 Corintios 12:13).

Empero, aún cuando esto es así, nosotros a causa de nuestra pecaminosidad, carnalidad, mundanalidad e infidelidad apagamos al Espíritu Santo y es por eso que él no puede expresarse en nosotros como quisiera hacerlo.

Lo que sigue a continuación es fruto de mi estado de ánimo, más que de mi convicción teológica respecto a este tema.

Muchas veces y en muchos lugares del mundo, los cristianos vivimos como si el Espíritu Santo no estuviese en nuestras vidas. No tenemos su poder, su gozo, su consuelo, ni su victoria.

En especial, digo esto porque caemos en pecado muy fácil y constantemente. Guardamos en nuestros corazones codicias necias que van adueñándose de nosotros de tal modo que nos enredamos horriblemente.

He sido testigo de cosas horribles, que deshonran a nuestro Dios, causan desánimo a los creyentes y estorban la conversión de lo que no tienen a Cristo. He visto este tipo de cosas en los 24 años que sigo a Jesucristo. No quiero acostumbrarme a ver esto. Quiero un cambio y es por eso que oré como está escrito abajo. Oro no solo por mí sino por todo aquel que de verdad es hijo de Dios.

Mi escrito es una oración a Dios, la hice en las fechas que están indicadas en el escrito.

Yo anhelo el poder de Dios en mi vida personal y en la vida de la Iglesia de Cristo. No estoy hablando del poder del Espíritu Santo en la forma que pregonan hoy muchas iglesias contemporáneas, que no quiero especificar.

Yo quiero el poder que santifica, que nos aparta del pecado en la vida diaria y que nos hace alertas, cuidadosos y serios al vigilar nuestra vida personal. Quiero el poder que hace que nos arrepintamos de las cosas más mínimas que hacemos mal y que ofenden a Dios y a los que nos rodean. Ya sea solo un mal deseo, un mal gesto, una mala mirada, una mala reacción, una mala palabra, etc.

Quiero el poder que nos hacer parecernos más a Cristo en su carácter.

Creo que me entienden y no sigo más.

¡Qué Dios avive nuestras vidas!