Después de reposar dos días como familia, y
de disfrutar la hospitalidad de Pedro y su familia, quienes son nuestros
anfitriones en este lindo país, emprendimos nuestro viaje a Treinta y tres.
Viajamos por 5 horas en un cómodo bus y siendo testigos de un paisaje con un
verdor impresionante.
Tuvimos ministerio con niños en el Campamento
Betel. Allí, yo enseñé a los niños, que Dios es real y que su adversario el
diablo también. Enseñé a ellos que la palabra a Dios y la obediencia a ella nos
guían a Cristo para ser salvos y nos dan victoria contra el engaño y las
maquinaciones del diablo. El director del campamento y las consejeros
testificaron que hubieron varios niños que profesaron fe en Cristo. Es mi ruego
a Dios, que los guarde y haga crecer su fe. Mi esposa sirvió como consejera.
Mis hijos y yo cantamos y enseñamos tres himnos que cantamos en Perú. Fue muy
edificante conocer a nuevos hermanos y hermanas y servir al Señor junto a
ellos.
Del campamento Betel, Juan Manuel y Sandra,
quienes son esposos, tienen una niña y viven en Vergara, nos llevaron a Vergara
para predicar en la iglesia en la reunión de jóvenes del Sábado y en la reunión
del Domingo por la mañana. El Vergara conocí al pastor Ricardo y a su esposa. A
los jóvenes les hablé de la necesidad de orar por obreros. En la reunión
dominical de la iglesia hablé sobre participar en misiones con oración y
ofrendas. Fue un tiempo corto, pero muy provechoso. Tuvimos oportunidad de
conocer más a Juan Manuel y a su esposa. Les animamos a seguir sirviendo a Dios
con entusiasmo.
De Vergara, fui a la ciudad de Treinta y
tres. Allí conocí al pastor Rubén Rodríguez, a su esposa Sara y a Victoria, su
hija. El pastor Rubén y su familia nos recibieron y nos trataron con mucha
amabilidad. Compartimos nuestros ministerios y compartimos la forma en que
vemos la obra de Dios. Nuestras charlas con él y su esposa fueron muy
edificantes. En la noche, me tocó predicar la palabra de Dios a los hermanos de
la iglesia. Prediqué sobre lo que llamo “el ministerio de los esparcidos”,
basado en la obra que hicieron los hermanos de Jerusalén luego de la
persecución que sufrieron luego de la muerte de Esteban (Hechos 8:1-4;
11:19-21). La iglesia en Treinta y tres estaba llena (necesitan un local más
espacioso, oremos para que lo tengan). Los hermanos me escucharon con atención
y vi que captaron el desafío de la palabra de Dios. En la predicación presenté
el evangelio y hubo un hombre que levantó la mano en señal de querer seguir a
Cristo. El pastor Rubén habló un buen rato con él y testificó que el hombre
aceptó a Cristo. ¡Gloria a Dios por eso!
Mi tiempo en Treinta y tres terminó el día
Lunes. Disfruté de más conversaciones y más compañerismo con el pastor Rubén,
su esposa y su hija. Dejé esa ciudad al atardecer y volví al Campamento Emanuel
en Guasuvirá, Canelones, Uruguay, luego de un viaje de cinco horas.
Segundo Rodríguez
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