viernes, 31 de diciembre de 2010

¡Mi gratitud a los que aprecian, oran y ofrendan para los predicadores del evangelio y la obra que hacen para Dios!

"Por gratitud a los hermanos que por amor a Dios sostienen la obra que él está haciendo en este mundo".

Me convertí a Cristo a los 22 años. Fue un 29 de Junio de 1987. Una vez convertido, me pregunté: ¿Qué es lo que voy a hacer ahora? ¿A qué me dedicaré? Fue un momento crucial. Mientras meditaba en mi futuro y la vocación que seguiría, vino a mi mente este pensamiento: “Dedícate a predicar y a enseñar mensaje que ha cambiado tu vida”.

Empecé a predicar muy pronto. Primero di mi testimonio ante muchos. Lo hice en las iglesias y fuera de ellos. Luego di un mensaje y luego otro, otro y otro. Llevo predicando hasta hoy unos 23 años.
He visto conversiones a Cristo, crecimiento en mis hermanos y dedicaciones al ministerio. Dios ha bendecido el trabajo que he hecho.

Cuando tuve 22 años y me dediqué al ministerio de predicación y enseñanza de la palabra de Dios no fui consciente de lo que me costaría serlo. Estaba listo a servir. No me asustaron las dificultades del ministerio. Es muy simple… no las había experimentado, recién estaba empezando.

Ahora que ha pasado tanto tiempo y después de haber visto tantas cosas me he hecho estas preguntas: ¿Cómo es que he llegado hasta aquí? ¿Por qué he podido servir a Dios? ¿Por qué seguiré aún sirviéndole?
Seguro que hay varias respuestas a mis interrogantes. Una de ellas es Dios, siempre Dios. Dios es todo y en todo. Por él somos y por él nos movemos. Como dice un canto: “Sin Dios nada somos en el mundo; sin Dios nada podemos hacer. Ni las hojas de los árboles se mueven, sino es por su poder…”.

No me quiero enfocar ni en esta respuesta ni en otras que puedan contestar las interrogantes que me he planteado. En este escrito quiero enfocarme en los hijos de Dios que hacen posible que haya predicadores y ministros de la palabra. Estos hijos de Dios son los que aprecian, oran y ofrendan para los predicadores y la obra que hacen para Dios en este mundo.

Así como el que se dedica al ministerio de predicación y enseñanza de la palabra de Dios es sensible al llamado divino y por obediencia a Dios se entrega a dicho trabajo; los que aprecian, oran y ofrendan para la obra de Dios y los predicadores, también son sensibles al llamado de Dios y es por obediencia y amor a él que hacen lo que hacen.

Los que aprecian y tienen por alta estima y amor a los predicadores me han estimulado sobremanera. Los predicadores somos como cualquier otro ser humano. Queremos que nuestro trabajo sea valorado y apreciado.

El mundo en que vivimos valora los oficiosos prestigiosos y bien remunerados; honra y alaba la ocupación que da éxito y prosperidad. Este mundo no estima ni valora el oficio de predicador de la palabra de Dios, al contrario de eso, lo menosprecia y hasta se burla del mismo.

Las personas que miran con buenos ojos el oficio de pastor, de misionero y de evangelista son muy importantes en la vida de un predicador. Gracias a Dios, yo siempre he encontrado hermanos y hermanas en Cristo que me han dicho: ¡Adelante, aprecio lo que haces para Dios!

Estos hermanos han aparecido y aparecen (y aparecerán) en momentos cruciales de mi vida. Sus palabras, sus miradas, sus gestos y sus acciones de aprecio me han animado y han hecho levantarme para seguir adelante. ¡Gracias hermanos, ustedes han hecho y hacen mucho por mí, mi familia y el trabajo que hacemos para nuestro Dios!

Los que oran e interceden por los predicadores me han sostenido y ayudado en momentos muy críticos de mi vida. La oración hace mucho por los predicadores. Pablo pidió a los hermanos de Roma que le “ayuden” orando por él a Dios. La oración “ayuda… y ayuda mucho.” Es por eso que un amigo mío dice a la oración: “oracción”.

Cuánto me han ayudado y me ayudan (y me ayudarán) los que oran por mí. Eso no lo sabré totalmente mientras estoy en la tierra. Lo que sí sé es que he pasado días durísimos siendo soltero y siendo casado. Esos momentos han sido tan, pero tan duros, que ya no quería levantarme ni seguir en la carrera.

Pero estoy aquí, de pie, con ganas de seguir. No me he quedado postrado ni he renunciado a mi determinación de ser fiel y de servir al Señor cueste lo que cueste. ¿De dónde sale esa fuerza? Sale y me viene de ustedes, de los que oran e interceden por mí y mi familia.

Ustedes, que yo no veo físicamente, pero que están allí, recordándome y rogando por mí y mi familia ante Dios. Ustedes me ayudan, me sostienen y me desafían a seguir sirviendo.

Los predicadores somos como todos los seres humanos. Pecamos, nos cansamos, nos desanimamos, nos acobardamos, etc. Sus oraciones hacen que nos arrepintamos, que tengamos fuerzas, que cobremos ánimo, que tengamos valor, etc.

¡Gracias a Dios por ustedes, que oran e interceden por mí! ¡Lo que soy y lo que hago de bueno en el servicio a Cristo y su reino es gracias a que ustedes me ayudan con sus oraciones!

Los que ofrendan por los predicadores satisfacen las necesidades mías y de mi familia y permiten que me movilice para hacer la obra de Dios. Cuando fui soltero me preocupé mínimamente por la comida, el vestido, la vivienda, la movilidad,… y el dinero que nos permite tener esas cosas.

¿Por qué no me preocupé mucho por eso? Porque era joven, mis padres estaban cerca y no era tan responsable que digamos. Cuando fui a prepararme para el ministerio tuve que trabajar para pagar mis gastos de educación. Fui allí cuando empecé a entender que “la obra de Dios cuesta dinero”.

La primera vez que fui a predicar lejos de mi ciudad pensé así: “para servir al Diablo he ido hasta caminando a lugares distantes, cuánto más para servir a Dios”. No tenía miedo y estaba dispuesto a subirme a un camión y viajar y viajar hasta llegar al lugar en que iba a predicar. Recuerdo que no tuve dinero para empezar el viaje sino hasta el mismo día en que tuve que partir. El pastor de la iglesia anunció que me iba a predicar y recogieron una ofrenda para mis gastos de viaje.

Yo estaba dispuesto a ir y me iba a ir hasta tirando dedo, como se dice. Mi determinación a ir no dependía de la ofrenda, me iría hasta sin ella, pero... ¡qué bueno y que bendición que recogieron y que me dieron esa ofrenda! ¡Esa ofrenda me ayudó a ir e ir más rápido al lugar en que iba a predicar!

A través de mis 23 años de ministerio he ido aprendiendo que hacer la obra de Dios cuesta dinero. Dicho aprendizaje ha sido más y más consciente estando ya casado. En especial, mi aprendizaje sobre la importancia y el valor que tienen los que ofrendan y dan dinero para cubrir las necesidades del predicador, su familia y su ministerio han sido mayores en estos 5 últimos años.

La vida se ha hecho dependiente del dinero. Ahora una persona “no puede” ni tomar agua sin que pague dinero o sin que otro pague por él. Desde luego, existen aún lugares en los que uno puede tomar agua gratis, pero en mi ciudad, la ciudad en que vivo, tomar agua cuesta dinero.

Ayer mismo, al tomar un taxi, el conductor comenzó a criticar a un predicador que se está, según él, “enriqueciendo” con las ofrendas. Le escuché por un buen tiempo y luego comencé a explicarle cómo las ofrendas permiten que la obra de Dios se haga. No excusé al predicador que “puede” estar haciendo un mal uso de las ofrendas del pueblo de Dios, pero le expliqué como las ofrendas sostienen a los predicadores y la obra que hacen.

Al despedirme de él, cuando llegué a mi destino, le dije: “Te aseguro que tú no estarías muy contento si es que yo te dijera: mira soy un predicador, hago la obra de Dios, no tengo que pagarte nada”. El conductor, me sonrío, me miro a los ojos y me recibió el pago por la carrera que me hizo. Mi conversación con él fue muy buena y él entendió que el predicador es un trabajador “como” cualquier otro y que las ofrendas son “como” su salario.

Al estar casado y tener tres hijos (y una hija en adopción no formal) he aprendido cuánto bien hacen a la obra de Dios los que ofrendan para los predicadores y la obra que hacen. El predicador y su familia necesitan vivienda, alimento, vestido, movilidad, etc.

La vida en el mundo moderno requiere cada vez de muchas más cosas para funcionar eficientemente dentro del mismo. ¿Cómo las obtienen los predicadores? ¿Cómo es que sus familias son provistas? ¿Cómo es que pueden movilizarse y tener la logística necesaria para su trabajo?

Los predicadores, nuestras familias y nuestros ministerios son posibles gracias a ustedes queridos y apreciados hermanos. Ustedes nos sostienen a nosotros, a nuestras familias y a la obra que hacemos. Ustedes son muy importantes en la vida de todo predicador, su familia y su ministerio. Lo que se ha hecho, se hace y se hará para Dios en este mundo es gracias a ustedes, que ofrendan y dan dinero para la obra de Dios.

¡Gracias a Dios por ustedes que ofrendan y suplen las necesidades mías, de mi familia y del ministerio que realizo! ¡Lo que hago para Dios y por su reino por dondequiera que voy es gracias a ustedes! ¡Gracias, hermanos!

A modo de conclusión:

Cuando empecé a predicar no tuve ni la menor idea de que iba a vivir de este mi trabajo. No fue como escoger una carrera profesional o cualquier otro oficio. No pensé en ganar dinero para sostenerme a mí, en ese tiempo, ni a mi familia en el presente. Yo solamente quise servir a Dios, a su iglesia y la humanidad predicando el evangelio de Jesús.

En todos estos años Dios me ha sostenido. No me ha fallado; yo sí y muchas veces. Lo que él ha hecho por mí y mi familia hasta hoy me hace ver mi futuro con esperanza. Si él no me lleva aún y si quiere que siga sirviéndole como predicador, me sostendrá... ¡de eso estoy seguro! Como dice mi esposa: “Dios nos cuidará y proveerá”.

He terminado un año más de servicio a Dios y a su reino. He escrito estas palabras para agradecer a mis hermanos y a las iglesias a través de quiénes Dios me ha sostenido y sostiene. Durante todo este tiempo he visto la mano de Dios sobre mí, mi familia y ministerio.

He visto la mano de Dios a través de ustedes: que me aprecian por ser lo que soy; que oran por mí, mi familia y ministerio; y que ofrendan para mis necesidades y el ministerio que realizo. ¡Dios me sostiene a través de ustedes!

¡Muchas gracias, hermanos! ¡Ustedes son muy importantes para mí, mi familia y mi ministerio! ¡Ustedes son vitales para el avance del reino de Dios en todo el mundo! ¡Solo la eternidad revelará todo el bien que ustedes han hecho al apreciar, orar y ofrendar para los predicadores, sus familias y sus ministerios!

El reino de Dios requiere de más y más personas como ustedes. Muchas más personan serán salvas por creer en Jesucristo gracias a personas como ustedes. El mundo tiene esperanza y oportunidad mientras haya hijos de Dios como ustedes.

¡Qué Dios les bendiga y prosperé en todo lo que emprendan!

Con aprecio, amor y mucha gratitud.
Segundo Rodríguez

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